jueves, 6 de octubre de 2011

La Sangre de las Promesas

Hay verdades que no pueden ser reveladas si no son descubiertas. Lo anterior, cobra vida en la obra de teatro "Incendios", esta vez, en uno mismo. Se dibuja a la perfección el silencio que guarda una verdad en el paradero más recóndito que envuelve esta gira emocional cuyo recinto es esta "casa habitada por un inquilino del cual no sabemos nada."

Los prolegómenos que con primor aborda Wajdi Mouawad, en Incendios, que integra la tetrología "La Sangre de las Promesas", incluyen la guerra, malicia, violación, odio, miseria, violencia y tortura por un lado; por el otro, la justicia, la fuerza, el perdón, la amistad, y el amor más acendrado en su esencia: el amor materno. Quisiera hacer énfasis en que mi objetivo no es calificar las emociones que saltan en esta puesta en escena, pues no me atrevería a dotar de nombre a sentimientos tan personales, tan únicos, tan humanos, tan puros, tan ellos. ¡Grande el director Hugo Arrevillaga! Enorme Mouawad quien es ya un símbolo en la escena francófona, pero colosal la canalización emocional que logra Karina Gidi a quien le alabo su trabajo. ¡Qué valiente! ¡Qué magnate!

Es el elenco en su conjunto quien en lo personal me desnudó en emoción, me descubrió en sensación, me hundió en vulnerabilidad, y me imprimó la noción de que despertar es aún posible, que la guerra es absurda, y que el silencio sembrado, que se ha venido gestando en nuestros pasados, incendia en una divina catarsis en la que nos acompañamos los desconocidos que integramos el público.
Soy tremendamente incompetente para escribir sobre esta obra que es por ahora, mayor a mi. Superior a todo aquello que pudiera opinar. No viciare con calificativos algo tan puro como lo es el sentir. Me queda refugiarme en el silencio que la propia obra sugiere.

Si bien Incendios tiene un espejismo que remiten a Edipo Rey, prevalece la premisa que  se sostiene a lo largo del texto del dramaturgo de origen libanés, exiliado en Canadá; "la infancia es un cuchillo clavado en la garganta", un cuchillo que es, sin duda, azaroso de extraer. En incendios se abraza la infancia, se abraza la herida y se observa la cicatriz. Lo anterior se refiere también a la violencia en el mundo actual, elevado asimismo a un nivel puramente experiencial en donde el escenario es nuestro propio templo.

La obra se desarrolla en el climax de la guerra civil libanesa, en donde la injusticia y la violencia cobró vida en el apogeo de la militarización de grupos políticos y regiligiosos. Wadji Mouawad se atreve a escribir obra sobre esta situación, misma que fue ya producto cinematográfico y a su vez, nominada como mejor pelicula extranjera.

La vida es un polígono, y todo es proporcional según el ángulo del cual se contemple. No hay que ser Nawal Marwan, "la mujer que canta" para entender que no siempre las ecuaciones son exactas. Basta con ser madre para entender que el amor hacia un hijo es magistral, se encuentra omnipotente ante cualquier capacidad de amar, es inherente, y es el más bello instinto de la mujer. La capacidad del perdón es a su vez, la más sublime expresión del arte de amar. Ojalá fuese proporcional, recíproco, o inclusive, similar, el modo en que un hijo ejerce el perdón. Despertar es, aún posible.

Incendios mutila. Incendios magulla. Incendios duele. Es también Incendios quien repara, quien cura, quien mejora, y quien perfecciona la versión de nosotros mismos.


Ahora que estamos juntos, todo estará mejor.


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Natalia Rebollo
@nataliarebollo