lunes, 12 de septiembre de 2011

Idola Theatri

Es en el Centro de Readaptación Social Varonil Santa Martha Acatitla, en donde ocurre la más perfecta de las ironías. Aquello que pareciera estar bifurcado en su totalidad, compone una mezcla homogénea cuando los reos de este centro penitenciario, hacen en escena, la obra del prodigado William Shakespeare, Ricardo III. Lo monumental no es el diálogo de la obra en sí, ni el evidente talento de los reclusos, sino el fenómeno que ocurre cuando el centro de readaptación que alberga a los delincuentes más peligrosos de la ciudad, se convierte en el escenario en donde se encarna la insaciable búsqueda del poder.

Esta obra es digna de elogio al Foro Shakespeare, en especial a Itari Marta y Luis Sierra (directores de Ricardo III), aún cuando el proyecto no busca ser reconocido con tintes altruistas, sino únicamente como vehículo de la profesionalización del teatro. Se hace evidente la más pulcra intención de aquello que permite éste arte escénico, pues trabaja sin perjuicio alguno. En mi opinión, la propuesta más viable de la ya casi muerta, readaptación social. Un espacio sin medias tintas, un laboratorio en donde se les enseña a los ya sentenciados, a tener un trabajo digno.

Este Centro de Readaptación Social, (ceresova) alberga alrededor de 2, 700 internos; la mayoría de ellos por la comisión de delitos graves. Entre ellos violación, secuestro, homicidio. Son 13 reclusos quienes por un momento difuminan su sentencia que es ya, ejecutoria, para encarnar el diálogo de Ricardo III, en donde predominan los mismos crímenes...esta vez, en contra de la corona.

La obra aborda la malicia, la crueldad, aberrante sed, insaciable necesidad, la esquizofrenia polìtica. Si bien el poder ha sido materia de discusión para Faucault, Nietzsche, Heidegger, Maquiavelo, entre miles más. Mismos que estarían sin duda en antidepresivos si fuesen testigos de la realidad que nos ocupa.  Esque con esta situación Romeo estaría en prozac, Julieta en rivotril, y Shakespeare sería raeggetonero. El propio Friedrich von Schiller preferiría escribir narcocorridos que dramaturgia, pues basta con leer los periódicos a diario para cumplir con las cuotas de drama que el morbo sugiere. Todo está en permanente impermanencia, si bien algo persiste ceteris paribus es la perversa seducción del poder, que al parecer es la más sensual de las proposiciones, pues el poder siempre sale invicto.

Es en esta perdurable experiencia, que la adjudico en especial a Itari Marta, que la presencia escénica y el diálogo embrollado, se esclarece con la verídica actuación de la malicia en su punto más sublime. En mi innegable obsesión de observar lo que expresan las manos, me encuentro con la más excelsa de las extrañezas; son las manos de los reos que por un momento dejan de ser sentenciados para convertirse en el elenco de Ricardo III y dotar de libertad una prisión. Son esas mismas manos que asesinaron, violaron, y secuestraron, quienes ahora se refugian en el teatro para lograr la reinserción social.

Al final de la obra, se abre una sesión de preguntas y respuestas entre el público y los actores. "¿De qué te ha funcionado acercarte a la actuación?" pregunta alguien del público-  "Me sirve para volverme consciente de mis propias perversiones." Contesta un recluso con una sentencia de más de 100 años. ¡Eso, justo eso es la readaptación social! Estos hombres encuentran libertad aún encerrados, dibujan e imprimen en un escenario el respeto a sí mismos. Convierten una prisión, en la sucursal de la integridad, dignidad, y aquellos derechos que merecen y que hemos olvidado reconocerles.


Es a través del teatro que logran la canalización emocional en alguna práctica que los lleva a erradicar la crueldad y a ser testigos de su propia conscienca. Invoco las palabras de Itari, autora intelectual del proyecto: "Si, justo ese el punto del teatro, limpiar el alma" y vaya que lo logra tanto en los reos, como en el público. 
Existe la Ley que establece las Normas Mínimas Sobre Readaptación Social de Sentencias, inclusive un reglamento de Reclusorios y Centros de Readptación Social del DF que prevee un régimen penitenciario progesivo, sin embargo, carecen de realidad y son sólo redacciones impecables que nada dicen, démosle vida a algo mejor, démosle vida a una política penitenciaria plausible. 


"Todos somos culeros porque somos incapaces de amar" esa es la frase con la que termina Ricardo III que se presenta en el Teatro Juan Pablo de Tavira, en Santa Marta Acatitla. Sean testigos, partícipes y público de esta puesta que resulta una experiencia verdaderamente memorable en todas sus esferas. 

Las funciones en Santa Marta Acatitla son los sábados, a las 14 horas. Estrictas medidas de seguridad. Contacto: difusion@foroshakespeare.com o en en la sede del foro, en Zamora 7, colonia Condesa. Teléfonos 5553-4642 y 5256-0014.

Natalia Rebollo
@nataliarebollo





domingo, 4 de septiembre de 2011

Sarkans

Es cierto. Los colores representan aquello que se ha venido gestando desde años. "¿Qué ves?" es la frase con la que empieza la obra "Rojo" que se presenta en el Helénico; cuyo título se le atribuye a la pregunta referida en el enunciado inmediato anterior. Seguido por la sátira que logra Víctor Trujillo invocando al pintor expresionista Mark Rothko, acerca de la confusión existencial y sensorial que invade y seduce al ser humano. Elegir es, sin duda, renunciar.  Ésta constante dualidad que nos esclaviza; nos hace suyos sin importarle más a la propia dialéctica.


El público es para el teatro lo que para el pintor es el lienzo. Es en la adaptación de "Red" en dónde se proyecta literal y filosoficamente ésta afirmación. El público detona el desarrollo y desenvolimiento del actor; lo mismo sucede con el blanco del lienzo, la ausencia de color. Ambos, un espacio en donde el arte jamás terminará de consolidarse. Éste pintor que ahora puesto en escena representa a una piedra angular del movimiento expresionista, contrata a lo que podría equipararse en el mundo jurídico, a un pasante; becario, o bien, un mero achichincle.

Sin duda se trata la figura de la dialéctica. Esta hermosa filosofía con la que engrandezco mis alegrías y abrazo mis dolores. Hoy, sin duda pensé lo inimaginable. La diálectica no es una regla general, es la excepción la que hace de una premisa, la generalidad.

La diálectica es sin duda, relativa en su totalidad. Los contrarios sobreviven como existen los colores. Son conceptos que remitimos según lo que nos han sembrado desde el momento que entramos en un contacto sensorial con éstos. El rojo para el pintor al que me he referido, significa la ausencia de negro. Ésta diálectica constituye la excepción a la regla general, misma que se confirma cuando se cree que el negro es la ausencia de color y el rojo nos remite a la pasión.
Éste guión se desarrolla en tiempos en dónde el expresionismo se ve carcomido por la tendencia moderna de Andy Warhol. Aquellos tiempos de consumismo en el que no hemos logrado excusarnos. Es intoxicante el vicio que existe en la influencia de los mercados en algo tan puro como lo es el arte. El arte que nace como expresión; como la más fina traducción de la emoción humana que uno expresa para y por la colectividad. Podemos identificarnos o no; pero la pretensión del arte no es lograrlo, sino simplemente deliberar ésta tensión estética que se genera en las masas.

Ésta obra que ganó seis premios Tony (entre ellos, el de Mejor Obra, 2010), trastoca puntos que ahora son culpables de mi ausencia de sueño. Se relata la esencia y fin del producto emergente del pintor. Es decir, se plasma el vicio que existe en el propio arte; el único rubro en dónde el artista no tiene como espectador a un "cliente". Aunque es materia discusión, el arte se ha vuelto, en una esclavitud del propio artista que nació para ser libre. Se corrompe la esencia, motivo y fin de ésta expresión.

Triste, afortunada, o desafortunadamente, lo equiparo para efectos personales, con mi mundo; el jurídico. Es decir, en un mundo en dónde tu espectador es y será "cliente", se rompe con al propia esencia y vocación del abogado de procurar que se haga justicia, remitiéndome a la ya choteadisima definición Justiniana "darle a cada quien lo que le corresponde", pues claro que el acceso a la justicia es también, un privielgio burgués en donde el cliente con mayor poder adquisitivo tendrá, (en este país, y por una triste regla general) mayor y mejor acceso a la justicia. Es entonces en dónde todos somos esclavos del propio vicio, el pintor termina reprimiendo su acceso a sentir; pintando para una moderna sala de estancia; mientras que el abogado reprime su acceso a los principios de justicia; ejerciendo "la justicia" y modificándola a favor de su cliente. ¡Qué vocación tan más convenenciera!

Vaya que el arte y la política se han prostituido. Se han prostituido de tal manera que se encuentran estrechamente ligados. La diferencia es que el artista que ha trascendido en esencia, es aquél que en vida se olvidó de su "clientela" y de mercados aberrantes; mientras que el político convirtió la esencia de la política en esquizofrenia reiterada y lograron convertirse en nuestros clientes, pues el pago deviene de impuestos y sus competencias, facultades, y atribuciones no se han visto delimitadas de ninguna manera. Es más, somos los propios ciudadanos, los gobernados, quienes los tratamos como el mejor de nuestros clientes...bajo políticas baratas norteamericanas en donde el cliente siempre tiene la razón. 
El arte de la política...Tan prostituta. Tan comercializada. Tan globalizada. Tan llena de nada. Estado suicida. ¡Irónico! Pues es la sociedad misma la que señala y marca las directrices, tendencias del arte y de nuestro cliente por excelencia: el gobernante. Prostituta la sociedad; nos vendemos baráto y vaya que nos sale caro.

Volviendo al propósito de éste espacio que ahora titulo "Sarkans", por significar Rojo en Letón. El idioma en memorias de Mark Rothko quien murió logrando con éxito una atentado suicida contra sí mismo...su última obra fue negra; pues el rojo se disculpó y ocupó lienzos ajenos. Seducido por la fama, el poder, el dinero y la prostitución de su arte. Su obra murió reconocida, quizás opacada por Andy Warhol quien atendió en primera clase a su clientela. Pleno auge del Pop Arte que atendía de manera exhorbitante la cultura popular de los medios de comunicación. Nada de esto nos es inherente, dense una vuelta en el Guggenheim de Nueva York, hay lienzos (sic. "obras") que nada expresan... el propio artista carece de clientela, pues la propia sociedad olvidó exigir.

El presente es sin duda, el hijo del pasado. Dejemos de definirnos como sociedad según el calificativo que carecemos. No seamos Rojo como la expresión de la falta de negro. Tengamos presente que rojo es rojo por la presencia de luz. La sociedad es apática porque olvidamos que somos los clientes de los políticos...son ellos quienes deben complacer nuestros más anhelados deseos. Y esque hasta para ser cliente, hay que saber exigir...pues en nuestro querido México, lo que sobra por ahora, es el rojo.

NR